Historia

Introducción
Los eventos que rodearon la aparición de una figura extraordinaria en la zona montañosa de Puerto Rico dieron comienzo en 1899, un año después de la invasión norteamericana y el mismo día en que el huracán San Ciriaco se alejaba de Puerto Rico. Dicha visita se extendió hasta 1909.
Estos hechos podrían constituir la única aparición mariana continua y de convivencia con seres humanos. Dichos sucesos comenzaron en el Cerro Las Peñas, ubicado en el barrio Espino del municipio de San Lorenzo, que con sus 678 metros (2,224 pies) de altura sobre el nivel del mar forma parte de la Reserva Forestal Carite.
Los prodigios realizados por la figura que se hizo presente en el Cerro Las Peñas entre 1899 y 1909 fueron de tal magnitud, que a partir de 1954, por mandato del gobierno de Puerto Rico − para todo propósito oficial, incluida la cartografía − dicho cerro pasó a llamarse Cerro Nuestra Madre. Por su parte, los puertorriqueños lo llaman La Santa Montaña.
Trasfondo
El 18 de octubre de 1898 las autoridades españolas hicieron entrega de Puerto Rico a las fuerzas armadas norteamericanas que habían invadido la isla en julio de ese mismo año como parte de las operaciones de la Guerra Hispanoamericana. A la llamada ‘ceremonia de cambio de mando,’ efectuada en la Real Fortaleza y Palacio de Santa Catalina en San Juan Antiguo, también asistieron lideres de las iglesias protestantes de Estados Unidos, quienes ya se habían dividido entre sí la isla para establecer sus templos.
Mientras tanto, durante los siguientes meses y hasta 1900, el presidente de Estados Unidos designó una serie de gobernadores militares, los cuales se dedicaron a americanizar a los habitantes la isla imponiendo, entre otras cosas, el uso del sistema postal estadounidense, la devaluación del peso plata puertorriqueño y el uso compulsorio de la moneda norteamericana, la alteración del sistema judicial de Puerto Rico para que fuese compatible con el de Estados Unidos, la declaración del inglés como el idioma oficial de la isla y el despido de todos los maestros puertorriqueños, a lo que siguió la importación de profesores norteamericanos. A eso se sumó la invasión del comercio local por productos norteamericanos, la llegada de latifundistas norteamericanos que no tardaron en convertirse en reyes del azúcar y oportunistas conocidos como carpetbaggers que venían a la isla a probar fortuna.
El programa de americanización prevaleció durante las tenencias de los gobernadores civiles norteamericanos, (las cuales dieron comienzo en 1900 y finalizaron en 1946,) todos ellos siendo nombrados por el presidente de Estados Unidos.
El disloque económico causado por los norteamericanos se agudizó en 1899 con la llegada de San Ciriaco, un huracán de categoría 4 en la escala Saffir-Simpson que causó la muerte de miles de personas, destruyó la mayoría de las viviendas, los comercios y las embarcaciones de los pescadores, inutilizó la maquinaria agrícola y arrasó los cultivos.
Además, la salida de España del ámbito puertorriqueño afectó la religiosidad del pueblo. La iglesia católica de Puerto Rico se encontró liderada por un obispo norteamericano y la mayor parte de los sacerdotes en la isla fueron repatriados, por lo que en los campos las capillas no eran atendidas por clérigos y muchos pueblos carecían de párroco. Asimismo, la carencia de carreteras en la zona montañosa y la situación de la economía no permitían que los campesinos acudieran a la iglesia para recibir los sacramentos, en especial el matrimonio, que estaba sujeto a una cuota monetaria, por lo que la mayoría de las parejas en el campo vivían amancebadas.
A continuación se incluye un resumen de los acontecimientos en La Santa Montaña y en pueblos aledaños a San Lorenzo tras la llegada a Puerto Rico de Nuestra Madre, también llamada por los jíbaros (campesinos puertorriqueños) que la conocieron: Vuestra Madre, Nuestra Madre, Mamita, Madre Redentora y posteriormente por otras personas como Elenita de Jesús o Madre Elenita.
La llegada
La tarde del 8 de agosto de 1899, mientras el huracán San Ciriaco abandonaba la costa noroeste de la isla para ingresar a las aguas del Océano Atlántico, dos campesinos llegaron al barrio Calzada del municipio de Maunabo para salvar unas reses que estaban en peligro de ahogarse debido a que la marejada ciclónica causada por la entrada de las aguas del Mar Caribe a tierras del sur de la isla había anegado las llanuras de dicho municipio.
Mientras llevaban a cabo los menesteres de salvamento, los campesinos observaron a una figura que flotaba sobre las aguas del mar y dedujeron que se trataba de una mujer que había sobrevivido la embestida del huracán e iba parada sobre una tabla, utilizándola a manera de flotador. Ambos la perdieron de vista cuando la figura, tras rebasar el Cabo de Mala Pascua, siguió ‘flotando’ hacia la costa del sector Bajo de Patillas.

Ruta del huracán San Ciriaco a su paso por Puerto Rico. El ciclón entró por la ciudad de Guayama, ubicada en la porción sureste de la isla y ubicada a unos 27 kilómetros de distancia del pueblo de Maunabo, el lugar por donde arribó Nuestra Madre a la isla.
Dos días más tarde, residentes del barrio Jacaboa del mismo municipio vieron a una joven desconocida caminando en dirección del Bosque Carite y luego fue observada por vecinos del camino de La Macarena, una vía que conecta los municipios de Yabucoa y San Lorenzo.
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Los primeros encuentros
Pese a que la devastación causada por San Ciriaco incluyó la destrucción de miles de árboles, una cuadrilla de leñadores del barrio San Salvador de Caguas (que colinda con el barrio Espino de San Lorenzo,) no tardó en descubrir que los árboles en las hondonadas del lado norte del Cerro Las Peñas se habían salvado, por lo que procedieron de inmediato a establecer sus operaciones de tala en el área – rica en árboles de caoba, jagüilla, tabonuco, ausubo y roble blanco − para así contar con maderos que venderían a los carpinteros y ebanistas de la ciudad de Caguas para la construcción de muebles, puertas y ventanas.
Llegada la hora del almuerzo, la cuadrilla decidió descansar junto a una inmensa roca de granito que, debido a su posición en relación con el suelo, contaba con una cavidad. Estando en esos menesteres, uno de los hombres percibió la presencia de una persona en la cueva, lo que causó que todos decidieran averiguar de quien se trataba. Para su sorpresa, descubrieron adentro a una joven hermosísima que los observaba en silencio. El primero en atreverse a hablar fue el dirigente la cuadrilla, Adolfo Ruiz Medina.
“¿Quién eres, niña?,” dijo Ruiz Medina.
“Soy tu buena ventura,” contestó la joven.
“¿Estás perdida? ¿Deseas que te llevemos a tu casa?,” dijo otro leñador.
Al notar que a joven no contestaba, uno de los hombres intentó asirla por un brazo para sacarla de la cueva, pero para sorpresa de todos, la muchacha se esfumó. Los leñadores de inmediato se dieron a la tarea de buscarla en los alrededores de la peña gritando en alto el que creían que era su nombre, Buenaventura, pero no pudieron dar con su paradero.
Al cabo de unos días, mientras Ruiz Medina, cubo en mano, se dirigía hacia un arroyo en la espesura del bosque de ladera sur del Cerro Las Peñas con el propósito de conseguir agua, escuchó un cántico de mujer que resonaba por todos lados y se dirigió hacia el lugar de donde provenía la voz.
Al llegar al arroyo descubrió que era la misma joven que había visto en la cueva, que sentada sobre una roca, sumergía sus pies en el agua.
En ese momento se unieron al cántico de la joven cientos de voces infantiles que coreaban en lo que el leñador llamaba ‘el idioma de los curas’ (latín) y de pronto la muchacha ya no estaba sobre la roca del río, sino parada en medio del bosque.
Para el asombro de Ruiz Medina, la joven luego se alejó del lugar flotando sobre el suelo y rodeada de tal luminosidad que lo obligó a taparse los ojos. Una vez cesó el resplandor, el leñador se encontró solo y aturdido en el bosque. Fue tal el impacto de aquel encuentro que cayó sentado en el suelo temblando de pies a cabeza.
“¡Toma el cubo de agua y regresa a donde están tus compañeros!,” se oyó decir de pronto a una voz masculina que retumbó por todo el bosque.
Una vez miró hacia todos lados en un intento por determinar quién había proferido aquellas palabras para descubrir que seguía estando solo en el bosque, Ruiz Medina obedeció: se levantó, llenó el cubo en el arroyo y regresó junto a sus compañeros
La casita
Poco después del encuentro inicial en la cueva, los leñadores se encontraban en otra porción del bosque subidos en escaleras podando las ramas superiores de los árboles cuando la joven reapareció, esta vez flotando sobre ellos y les dijo que deseaba que construyeran su casita en aquel lugar.
Pese a que los hombres le informaron que no se podía construir allí una casa debido a que no había agua en el área, la joven insistió en que lo hicieran y los instruyó a que caminaran hasta un pedregal.
Para el asombro de todos, al llegar al lugar indicado por la joven, descubrieron que allí brotaba un manantial de agua cristalina, por lo que durante los siguientes días trabajaron sin descanso en la construcción de la nueva vivienda.
La casita construida se asemejaba a las de los jibaros dado que consistía en un rectángulo de madera con ventanas y una puerta que descansaba sobre pedazos de troncos de árboles a manera de socos hundidos en la tierra, con un techo de dos aguas construido con hojas de palma que se extendía para cubrir un balconcito al que se accedía mediante dos escalones de madera.
Una vez completada la casa, fueron los mismos leñadores los que esparcieron por toda la comarca la noticia de que ‘Mamita está esperándolos a todos en su casita para enseñarles la doctrina cristiana.’
Los peregrinos no tardaron en acudir al llamado y así comenzó lo que Ruiz Medina describió como: “Las reuniones en un lugar sagrado, porque desde el primer día en que apareció, ella bendijo toda esa montaña.”
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Bosque Carite
Porción entre Cayey y San Lorenzo.

Casita campesina de los siglos 19 y 20.
Casita campesina de los siglos 19 y 20. La de la imagen reposa sobre socos hundidos en la tierra, pero a diferencia de la vivienda construida para Nuestra Madre, que era toda en madera, la ilustrada tiene techo de zinc.
Las prédicas
Fueron decenas y luego centenares de personas las que viajaron desde barrios aledaños y otras que recorrieron largas distancias para allegarse al Cerro Las Peñas con el propósito de escuchar a Nuestra Madre predicar desde el balcón de su casita, donde ordenó colocar una imagen de la Virgen del Carmen junto a un banderín de tela azul con estrellas doradas muy similar al manto de Nuestra Señora de Guadalupe.
Sus alocuciones eran anunciadas soplando un fotuto – el nombre taíno (indígena) para un caracol de mar grande − o un cuerno de buey. La predicación, que generalmente era en torno a la aplicación de los evangelios en la vida diaria, la hacía en lenguaje sencillo y lleno de expresiones puertorriqueñas y, pese a que hablaba en voz baja, su voz era percibida con claridad por las personas que se encontraban escuchándola lejos de la casita. También enfatizaba en la importancia de bautizar a los niños, la oración, en especial el rezo del rosario, evitar el pecado, ayudarse los unos a los otros, la recepción de los sacramentos y que la familia permaneciera unida.
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Los nombres
Cada vez que le preguntaban quién era, respondía: “Soy tu Madre” y llamó “hijos” a todos los que se le acercaron. Muchos la llamaban Nuestra Madre o Madre y otros la Virgen María.
Hay constancia de que utilizó el nombre Elenita de Jesús, ya que el 2 de febrero de 1985, mediante declaración jurada ante el abogado Feliciano Pérez de la Torre, el discípulo de Nuestra Madre, Bernardo del Valle, indicó que durante una prédica en Caguas pidió ser llamada ‘Elenita de Jesús’.
Nota: Elena es la variante española del nombre griego Helene y significa luz, brillo, antorcha, brillantez. Por tanto, siendo Elenita el diminutivo de Elena, el nombre Elenita de Jesús podría ser traducido como Pequeña Luz de Jesús.
Otros se refirieron a ella como La Santa y debido a este apelativo y a que Nuestra Madre colocó tres cruces en un cerro aledaño a La Santa Montaña, (en el que al presente ubican varias torres de telecomunicaciones,) dicho lugar pasó a ser conocido como el Cerro La Santa.
El único nombre que Nuestra Madre no se dio a sí misma fue el de ‘misionera.’
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La identidad
Nuestra Madre reveló su identidad a sus hijos puertorriqueños. En las ocasiones en que se le preguntó quién era, afirmó: “Fui testigo de la muerte de Jesús,” “Soy la madre de todos los hombres,” “Soy la Señora de todos los pueblos,” “Soy la que sufrió junto a Jesús” o “Soy la Reina del Cielo y de la Tierra.”
Aseguró que siempre permanecería en la Santa Montaña y que algunos podrían verla mientras que otros sentirían su presencia allí. Asimismo, prometió que aparecería ante muchos en la forma de una paloma o del pájaro que todos sabían que era su favorito, el zumbadorcito puertorriqueño, (a la derecha,) y que la reconocerían junto a Jesucristo en el Juicio Final.
Con el tiempo, los peregrinos que llegaron a la Santa Montaña desde lugares fuera de San Lorenzo la llamaron, por su propia voluntad, Nuestra Señora del Monte Carmelo. En ningún momento corrigió a quienes la llamaron de esa manera.
Unos meses antes de su partida de Puerto Rico, Nuestra Madre envió de vuelta a sus casas a las niñas que la acompañaban en La Santa Montaña. Una de ellas, Juana Rodríguez Flores, residente de Caguas, no quería dejarla, por lo que entristecida se alejó llorando. Nuestra Madre la llamó de vuelta y cuando Juana regresó, en lugar de informarle que podía quedarse, le entregó un cuadro de Nuestra Señora del Carmen que estaba colgado en el balcón de su casita. Mientras Juana abandonaba la granja nuevamente, Nuestra Madre la llamó para preguntarle si sabía lo que estaba cargando.
“Una imagen de Nuestra Señora del Carmen,” respondió ella.
“Esa soy yo. No le digas eso a nadie,” respondió Nuestra Madre.
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La vestimenta
La vestimenta usual de Nuestra Madre constaba de una túnica de algodón color marrón de manga larga y cuello alto, con largo hasta los pies y amarrada a la cintura la mayor parte de las veces con un cordón del mismo color y otras con una correa negra o con un rosario de grandes proporciones. Su calzado consistía en sandalias color marrón.
Generalmente cubría su cabeza con un manto de algodón que caía sobre sus hombros y llevaba un crucifijo colgado al cuello con caída a mitad del pecho.
Las llamadas Niñas de Nuestra Madre se encargaban del arreglo de su vestimenta, que variaba de color según la ocasión y para la que sus discípulos establecieron nomenclaturas:
El Manto del Martirio, que utilizaba durante la Cuaresma, era una túnica negra que tenía siete espadas que atravesaban un corazón y que acompañaba con un manto negro.
La Túnica del Carmen, un vestido carmelita a la usanza de la Virgen del Carmen, atado a la cintura con un cordón marrón, correa negra o rosario grande, era el que preferentemente vestía en la mayoría de las ocasiones.
La Sotana consistía en una túnica negra que vestía durante las prédicas y que acompañaba con sandalias de correa, una toquilla y un pañuelo blancos en la cabeza sobre el que descansaba un manto negro.
Cada vez que visitaba el Pueblito del Carmen del Municipio de Salinas, vestía La Batita Blanca con correa blanca y un velo sobre la cabeza.
En ocasiones se la vio vistiendo de rojo cardenal y cinturón verde, sandalias de trapo y la cabeza descubierta.
Los encierros
En ciertas ocasiones, Nuestra Madre se disculpaba con sus discípulos durante las grandes festividades de la iglesia católica, explicando que tenía que ir al cielo para esas ocasiones. Luego de anunciar lo anterior, se recluía en su casita durante tres días. En las noches en que eso ocurría, un gran resplandor brillaba desde su casita y esa luz podía verse a una gran distancia. Mientras tanto, sus fieles guardianes no permitían que nadie se acercara a la humilde vivienda. Sus discípulos se refirieron a estas reclusiones como encierros.
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Los poderes
Nuestra Madre realizó una serie de prodigios, a veces ante un grupo reducido de discípulos y en otras ocasiones ante multitudes y sacerdotes. Entre éstos figuran:
• La detención de balas con su túnica.
• La bilocación (estar en dos lugares a la misma vez.)
• El control sobre los elementos (crear fuego en maderos empapados de agua sin ningún tipo de cerillo, mechero o combustible, controlar la lluvia, la partición de las aguas de un río, silenciar a los coquíes (ranas diminutas autóctonas de Puerto Rico cuyo canto es ruidoso) y el cantar de los pájaros durante sus predicaciones.
• La lectura de los pensamientos.
• El desafío de las leyes físicas, en especial la de la gravedad al flotar sobre el agua y levitar sobre la tierra, la detención del movimiento del sol y con ello la detención del tiempo.
• La invisibilidad (aparecía y reaparecía entre las personas como un rayo de luz.)
• La transmutación (solía convertirse en una paloma frente a multitudes.
• La multiplicación de los alimentos.
• La eliminación de enfermedades malignas.
• El cambio del sabor de las frutas agrias a dulces.
• El control sobre los animales.
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El consorcio
Nuestra Madre estableció un consorcio caritativo autosuficiente en La Santa Montaña. Allí predicaba, realizaba milagros, se ocupaba de la educación de los niños, ofrecía ayuda a los necesitados y enseñaba a los discípulos a desafiar el opresivo sistema económico colonial a través de la combinación de los esfuerzos en la producción y la venta de artículos cosidos a mano y artesanías, en su mayoría canastas de mimbre.
Se construyó una choza para el trabajo de costura y se colocó en el lugar un enorme ropero para almacenar la ropa terminada. Las tareas de costura, cocina y limpieza, cuidado y alimentación de animales, la siembra de alimentos, la fabricación de cestas y hamacas, el lavado de la ropa, la tala de los árboles, la construcción y el mantenimiento de las estructuras, así como la custodia de la finca, fueron llevados a cabo por los discípulos que residían en la Santa Montaña.
La finca contaba además con sembradíos y fue Nuestra Madre quien organizó el tiempo de la siembra y la cosecha, dando instrucciones a sus discípulos, sobre cuándo, qué y dónde deberían plantar. El producto del huerto era utilizado para alimentar a los cientos de personas que asistían a sus predicaciones y para la distribución de comida entre los campesinos hambrientos.
Al cabo de un tiempo se sus discípulos construyeron una casita adicional cerca de la de Nuestra Madre con el propósito de recibir allí a los visitantes importantes. Estos generalmente eran sacerdotes y terratenientes.
El complejo se mantenía con la recolección de limosnas durante las prédicas y lo recaudado por mensajeros que viajaban por los vecindarios cerca de la montaña solicitando donaciones en efectivo, comida y ropa. Las donaciones monetarias se utilizaban para pagar los estipendios de los sacramentos y para ayudar a los necesitados.
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Las niñas
El centro del consorcio era la casita de Nuestra Madre, donde solo podían ingresar los miembros del grupo conocido como Las Niñas de Nuestra Madre, que junto a los discípulos que residían allí, pertenecían a su círculo cercano.
Dichas niñas, cuyas edades fluctuaban entre los seis y los 20 años y procedían de pueblos cercanos a La Santa Montaña, permanecían en el complejo por espacio de dos a cuatro semanas.
Mientras estuvieron a su lado, Nuestra Madre les enseñó a leer y escribir, los conceptos básicos de la aritmética, catecismo, oraciones, costura y otras tareas domésticas, modales, buenos hábitos, a ser buenas hijas y esposas y la forma de tratar a otras personas.
Los discípulos
Recibieron este nombre todas las personas que fueron devotas de Nuestra Madre. A los que componían su círculo de más cercano, incluyendo los que residían con ella en La Santa Montaña y los que residían cerca y visitaban el lugar con frecuencia, se les llamó discípulos íntimos o cercanos.
Las misiones
Algunas veces Nuestra Madre salía de La Santa Montaña en lo que los discípulos llamaban una misión (predicar en otros lugares.) Los discípulos se turnaban para llevar a Nuestra Madre sentada en una hamaca y en las escasas ocasiones en que dejó la granja a caballo, sus discípulos cercanos estaban a cargo de conducir el caballo hasta llegar a su destino.
Nuestra Madre generalmente predicaba durante cuatro horas o más en los lugares que visitaba y su presencia siempre infundió respeto y temor a Dios. Además, era suficiente que alguien se sintiera enfermo o con dolor se acercara a ella para que Nuestra Madre colocara sus manos sobre la parte afectada y la persona fuese sanada inmediatamente.
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Las festividades
Tanto la Navidad como otras grandes festividades religiosas se celebraban en La Santa Montaña y durante dichas conmemoraciones Nuestra Madre mostró un gran respeto hacia la nacionalidad puertorriqueña mediante la exaltación de la cultura criolla, dado que solicitaba que se cantaran villancicos puertorriqueños al compás de instrumentos musicales autóctonos de la isla como el güiro, el cuatro y el tiple.
Además, era característico que durante dichas celebraciones Nuestra Madre exclamara en voz alta: “¡Viva Puerto Rico!”
Nuestra Madre también reclutó a un pequeño grupo de músicos que tocaban la flauta, el acordeón e instrumentos de percusión y de cuerda para acompañar a los que cantaban durante la oración del rosario, así como música típica puertorriqueña durante celebraciones especiales.
Durante una visita de Nuestra Madre al municipio de Yabucoa, reveló que: “Hay cantos en el cielo.”
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Los sacramentos
En varias ocasiones Nuestra Madre condujo peregrinaciones hasta iglesias parroquiales para que los que asistían a sus predicaciones recibieran los sacramentos del bautismo y el matrimonio.
Entre estas ocasiones destacan dos peregrinaciones hasta la iglesias de San Lorenzo, en que, mediante una orden verbal o la imposición de manos respectivamente hizo sonar las campanas de la iglesia y abrió los candados de las puertas del templo cuando descubrió que el párroco no se había personado ante los peregrinos porque estaba durmiendo.
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El bálsamo
Con el paso de los años, el manantial que Nuestra Madre hizo brotar para la construcción de su casita se agotó y sus discípulos cercanos le imploraron que intercediera para que surgiera otro.
Nuestra Madre nuevamente hizo que el agua surgiera entre las piedras, esta vez en la ladera occidental de la montaña y llamó a esta agua “un bálsamo para todos mis hijitos.” También prometió que ese manantial nunca se secaría.
El cambio
Aproximadamente dos o tres años antes de partir de Puerto Rico, Nuestra Madre suplicó a sus discípulos que rezaran a Papito Dios para que le permitiera derramar su sangre en La Santa Montaña “por los pecadores, ya que esto será una bendición especial para Puerto Rico.”
Luego comenzó a lucir un bonete con las iniciales M y R − separados por una cruz (M † R) − grabadas en la parte frontal de dicho gorro. Debido a lo anterior, algunos de sus discípulos se refirieron a ella como Madre Redentora.
Durante el año y medio anterior a su partida, Nuestra Madre comenzó a preparar a sus discípulos más cercanos para que pudieran enfrentar la despedida final con serenidad. Estos preparativos los justificaba con frecuencia por “la necesidad de visitar otros lugares.”
También les dijo que no se iría de la misma manera que había llegado a Puerto Rico, “porque si lo hiciera, terminarían en la cárcel” y los consoló diciéndoles que simplemente daría un cambio. A manera de confirmación de sus palabras, en una ocasión en que Nuestra Madre desapareció durante varios días, las autoridades, alarmadas de que hubiese sido víctima de un crimen, subieron a La Santa Montaña y amenazaron a los discípulos con la encarcelación si ésta no aparecía en tres días. Los discípulos se salvaron de ir a la cárcel cuando las autoridades regresaron a la montaña en el tiempo prometido y Nuestra Madre reapareció entre ellos.
Su confinamiento final, que duró 40 días, comenzó el sábado, 21 de agosto de 1909. El 18 de septiembre Nuestra Madre le dijo a una de sus niñas, Francisca Gómez Montes, qué hacer con la sangre que derramaría y donde colocar el cuerpo y los candelabros para el velatorio que duraría tres días.
Luego, informó que deseaba estar sola durante los próximos tres días para prepararse e instruyó que al cabo de esos tres días las niñas debían revisar debajo de su habitación en la casita donde verían sangre goteando a través de las grietas entre las tablas del piso. “Esa será mi sangre, que verteré antes de irme. Entonces pueden entrar a mi habitación. Ya no estaré aquí, pero no digan que yo he muerto, sino que he dado un cambio. Colóquenme dentro de una caja tal como me encuentren con mi rosario y todo. Estaré lista. Entonces llévenme al cementerio de San Lorenzo.”
Al amanecer del miércoles, 29 de septiembre, el discípulo José González encendió un anafre para preparar café para aquellos que guardaban vigilia en la montaña. Mientras hacía eso, escuchó la voz de Nuestra Madre, por lo que inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza.
“Ya he cambiado, hijo mío, pero estaré contigo hasta el último día y te recibiré en la gloria del cielo.”
González dio cuenta de lo sucedido a los otros discípulos, por lo que todos se apresuraron hacia la casita. Allí vieron sangre goteando a través de las grietas del piso de la casa formando un charco debajo de la estructura. En ese momento todos recordaron las palabras que Nuestra Madre pronunció varias veces: “¡Bendito sea Puerto Rico si derramo mi sangre aquí!”
Al descubrir la sangre, los discípulos entraron a la casita y encontraron el cuerpo de Nuestra Madre en su habitación, ya envuelto en un bálsamo cuyo olor describieron como procedente de un ramo de lilas.
Uno de los mensajeros de la finca fue en busca de Francisca Gómez para que con la ayuda de otras niñas cumpliera con las instrucciones de Nuestra Madre respecto a la disposición de la sangre. Otros discípulos salieron de la finca a notificar a las autoridades de San Lorenzo sobre su partida.
Mientras tanto, Francisca hizo todo lo que Nuestra Madre le había ordenado, recogiendo su sangre con paños blancos que luego fueron colocados dentro de varios frascos de vidrio que a su vez fueron enterrados cerca de la casita.
El juez de San Lorenzo, Emilio Buitrago, se personó en La Santa Montaña y tras determinar que no había mediado mano criminal en el fallecimiento de Nuestra Madre, ordenó su entierro y comentó: “La Madre Elenita ahora pertenece a los ángeles.”
El viernes, primero de octubre, las niñas envolvieron su cuerpo en una mortaja y lo colocaron dentro del ataúd para llevarlo al cementerio de San Lorenzo.
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El entierro
A medida que el cortejo fúnebre avanzaba hacia el casco urbano de San Lorenzo, se unieron al mismo unas 20 mil personas y cuando la procesión llegó al pueblo, fue recibida por el párroco, el padre Pedro Puras, que exclamó: “¡Si supieran a quién llevan ahí!” Inmediatamente, Puras cayó de rodillas, pidiendo perdón por las ofensas que había cometido.
Los discípulos que cargaban el ataúd estaban asombrados, dado que a medida que avanzaban hacia San Lorenzo, el peso del ataúd comenzó a disminuir y parecía estar vacío cuando llegaron al pueblo.
Después de celebrada la Misa de Réquiem, la procesión fúnebre continuó marchando hacia su destino final, la cripta de la Familia Sellés en el cementerio municipal, ya que los miembros de dicha familia habían aceptado enterrar a Nuestra Madre allí.
Quienes cargaron el féretro durante la última parte del viaje fueron los discípulos varones de la granja. Estos depositaron el ataúd en el suelo frente a la tumba y ayudaron al sepulturero a enterrar la caja.
Pese a que la ropa de los discípulos estaba empapada a causa de la lluvia que cayó a lo largo del camino y que se sentían sumamente cansados y hambrientos después de muchas horas de peregrinación, el poco peso del ataúd los llevó a concluir que Mamita seguía viva y decidieron regresar a La Santa Montaña. Al llegar a la granja, se desanimaron después de buscarla por todos lados, pero fueron reanimados las palabras de Adolfo Ruiz Medina: “¡No hemos buscado en La Santa Peña!”
Al llegar a la peña se detuvieron en seco porque allí esperándolos, toda rodeada de luz, estaba su Buenaventura.
La imagen
Antes de dar su cambio, Nuestra Madre, por conducto y el financiamiento de una de las llamadas hermanas Sellés, [pertenecientes a una familia acaudalada de San Lorenzo] había encargado una imagen de Nuestra Señora del Carmen a un taller en España. A la llegada de dicha imagen a San Lorenzo, los discípulos se sorprendieron al descubrir que tenía un gran parecido con Nuestra Madre.
En 1982 dicha imagen fue llevada procesión hasta La Santa Montaña por unas seis mil personas desde la residencia de la persona que la custodió desde la década de 1910, Cornelia Carrasco, residente en el barrio Quemados de San Lorenzo. Desde entonces la imagen permanece a un lado del altar de la iglesia del santuario sanlorenceño.

Fotografía más antigua de la imagen de la Virgen del Carmen encargada por Nuestra Madre a un taller en España. La foto fue tomada en 1982 cuando la persona que custodió dicha imagen durante décadas la entregó a las autoridades religiosas. Foto cortesía de Luis Herrera
Nuestra Madre y la Virgen Del Pozo

El 23 de abril de 1953, Juan Ángel Collado, de ocho años y las hermanas Ramonita e Isidra Belén, de nueve y siete años, todos estudiantes de la escuela elemental Lola Rodríguez de Tió, ubicada en el sector Pozo del barrio Rincón de Sabana Grande, se convirtieron en alegados videntes marianos cuando vieron a una joven que fue identificada como Nuestra Señora del Rosario, conocida al presente como la Virgen del Pozo mientras recogían agua en un arroyo durante la hora del almuerzo.
La joven estaba vestida con una túnica blanca, manto azul agarrado con un broche, correa y sandalias y portaba un rosario en sus manos. Sobre su cabeza reposaba una corona de siete estrellas. La joven, que se mantenía suspendida en el aire sobre una pequeña nube blanca, continuó apareciendo ante los niños por espacio de 33 días y les dejó siete profecías.
Nota: Para información adicional favor de acceder a: virgendelpozo.org
El revuelo causado en Puerto Rico a raíz de las apariciones y las alegadas sanaciones en el lugar fue inmenso, por lo que los editores de los diarios de San Juan no tardaron en asignar periodistas a cubrir los eventos en Sabana Grande. Uno de estos, Samuel Irizarry del diario El Mundo, contactó al estudiante sabaneño de secundaria, Adrián Ramírez, que era muy buen dibujante, para que creara un dibujo de la joven y lo llevó a la casa de Collado para que el niño describiera la figura que veía. Dicho dibujo fue publicado por el periódico al día siguiente.
Años más tarde, cuando se produjeron en masa las primeras imágenes de la Virgen del Pozo, [izquierda,] cuyos moldes fueron elaborados de acuerdo con la [segunda] descripción ofrecida por Collado, Ramírez, que a la sazón ya era un profesor universitario, quedó asombrado al descubrir que la figura descrita por Collado para fines de la fabricación no se asemejaba en nada al dibujo hecho en 1953.
De acuerdo con el dibujo inicial publicado por el Mundo, [incluido a continuación,] la Virgen del Pozo guarda gran similitud con Nuestra Madre.

Dibujo de La Virgen del Pozo de la autoría Adrián Ramírez y publicado por el diario El Mundo. La túnica, el rosario y la cruz (en el brazo) son similares a los que lucía y portaba Nuestra Madre; la nube bajo sus pies se asemeja la niebla que se registra de manera casi constante en La Santa Montaña; Nuestra Madre se transmutaba en una paloma como la que aparece frente a la nube; debajo de la paloma hay un manantial (Nuestra Madre hizo brotar uno en La Santa Montaña;) a cada lado de la nube hay una rama de capá, un árbol autóctono de la Sierra de Cayey y; en el fondo hay una palma similar a la sembrada por Nuestra Madre en La Santa Montaña.
La exhumación
En 1991 monseñor Enrique Hernández logró conseguir el permiso de las autoridades para exhumar el cuerpo de Nuestra Madre y la labor de la exhumación recayó sobre Juan M. Padró, un sepulturero que llevaba décadas trabajando en el antiguo Cementerio Municipal de San Lorenzo.
Según le relató Padró a la periodista puertorriqueña Vionette Negretti en 2005, a mediodía del Miércoles Santo de 1991, una vez su supervisor revisó el permiso de exhumación, le ordenó abrir el panteón de la familia Sellés y sacar el ataúd donde se había colocado el cuerpo de Nuestra Madre en 1909, lo cual hizo en presencia de varias personas, incluyendo a monseñor Hernández.
“Eso hice y cuando levanté la tapa, [del ataúd] estaba vacío. No había nada adentro, siquiera polvo de huesos. Eso es muy extraño porque cuando se abre una caja sellada, no importa cuántos años hayan pasado, siempre hay algo, ya sean huesos, pedazos de huesos, el cráneo o parte del cráneo; o al menos polvo de huesos,” indicó Padró y a renglón seguido añadió: “Los que vinieron para la exhumación parece que esperaban encontrar algo; tal vez una mantilla o un rosario, pero en esa caja lo único que había era aire.”
El informe
En 1993, el presidente de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña, monseñor Fremiot Torres Oliver, ordenó una investigación sobre los sucesos de Santa Montaña. A cargo de la investigación estuvo el Padre José Dimas Soberal, entonces vicario general de la diócesis de Arecibo.
En su informe final, publicado el 15 de agosto de 1994, el padre Soberal, sin contar con, ofrecer o referirse a evidencia alguna que respaldara sus palabras, concluyó lo siguiente:
• La persona que se hizo presente en La Santa Montaña a manera de convivencia con los campesinos puertorriqueños entre 1899 y 1909 no era la Virgen María, sino una ciudadana holandesa llamada Elena Huyke; *
• Estos campesinos [los testigos], porque en su mayoría eran analfabetos y pobres, además de ser seniles, crearon un mito que sus descendientes repitieron y;
• La persona que estuvo en La Santa Montaña entre 1899 y 1909 no pudo ser la Virgen María porque después de su asunción esta última no ha vuelto a pisar el Tierra y decir que la Virgen María fue la figura que estuvo en La Santa Montaña entre 1899 y 1909 es creer en la reencarnación.
* Los certificados oficiales (rubricados con los sellos gubernamentales holandeses) de nacimiento y muerte de la ciudadana Elena Huyke obtenidos por el genealogista holandés Mathijas Vonder en Curazao, así como documentos oficiales de inmigración en Puerto Rico durante el siglo 19 y en posesión del Archivo de Indias en Sevilla, España, prueban que Elena Huyke, la ciudadana holandesa a la que se refirió el padre Soberal en su informe, nació en Curazao, en las Antillas Holandesas en 1847, llegó a Puerto Rico con su familia, vivía en el municipio de Arroyo, donde ella, su padre y su hermano eran profesores en una escuela privada y su presencia en Puerto Rico aparece registrada en el censo español de 1870. Según los documentos oficiales, Elena Huyke regresó a Curazao con su padre en 1880 y murió allí en 1925. En conclusión, Elena Huyke dejó Puerto Rico 19 años antes de que Nuestra Madre llegara a la Santa Montaña y murió fuera de Puerto Rico 16 años después del entierro de Nuestra Madre.
Monseñor Hernández y el padre Reyes no estuvieron de acuerdo con las conclusiones incluidas el informe del padre Soberal y enviaron cartas con comentarios al respecto a monseñor Torres Oliver.
Desde ese momento se desató una presión monumental contra monseñor Hernández y el padre Jaime Reyes, así como una reportada lucha de poder entre varios sacerdotes de la diócesis de Caguas con el propósito de desbancar al prelado para ocupar su puesto. Debido al acoso y las humillaciones públicas a los que fue sometido por parte del administrador apostólico sede plena, monseñor Álvaro Corrada del Río y a consecuencia de acusaciones injustificadas de promover errores doctrinales, en 1998 Monseñor Hernández presentó su renuncia como obispo de la diócesis de Caguas y fue obligado a abandonar el país. Después de pasar casi una década en la ciudad de Chicago atendiendo las necesidades espirituales de pacientes recluidos en hospitales, regresó a Puerto Rico y al presente reside en su pueblo natal, Camuy.
Los puertorriqueños continúan refiriéndose a él como El obispo amado por su pueblo debido a la sencillez y humildad de su comportamiento, su laboriosidad, la generosidad que siempre ha desplegado hacia los feligreses y por sus dotes administrativas, dado que asumió las riendas de una diócesis en bancarrota y al abandonar su cargo la dejó con un superávit.
En 2005 la periodista y escritora puertorriqueña Vionette Negretti se puso en contacto con la diócesis de Caguas para auscultar la opinión del obispo sobre la identidad de Nuestra Madre. Fue informada por un oficial de la diócesis que monseñor Rubén González no haría ningún comentario al respecto porque la investigación diocesana sobre esos eventos estaba cerrada. Al Negretti inquirir quién había ordenado el cierre de la investigación, la respuesta fue: “No tengo esa información.”
Información detallada
Si se desea obtener información detallada en torno a todos los hechos mencionados en esta sección, favor de acceder a:
• la sección Libros de este portal. Allí se encuentran en versión PDF los libros: La Santa Montaña de Puerto Rico, El Misterio de Elenita de Jesús, 1899-1909, de la autoría del sacerdote benedictino Jaime Reyes Maldonado, quien llevó a cabo la primera investigación formal de los hechos y entrevistó a cientos de testigos y a sus descendientes, así como La buenaventura, ¿Lobos o Ungidos? y Nuestra Madre, de la autoría de Negretti. El acceso a dichos libros es libre de costo.
• el portal cibernético de la revista Primera Luz:
• Vídeo publicado por Antonio Yagüe: